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lunes, 16 de diciembre de 2024 09:31h.

Hijos de la tecnología

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"Amante del papel de los libros, de su olor a tiempo pasado, de su magia, me he traicionado y ahora leo en un libro electrónico por comodidad y para ahorrar espacio. Una excusa muy pobre, lo sé, pero no tengo otra. Y es que es muy fácil engañarse a uno mismo"

Echo la vista atrás y veo con claridad mi época de estudiante de Bachillerato en La Villa. Uno tiende a recordar con nostalgia o con dolor todo lo que supuso un cambio o novedad, una duda razonable o sin razón, una pérdida no asumida porque, como decía Machado, se llora lo que se ha ido  irremediablemente. Todo ello, una vez asimilado, formó parte de mí para siempre.

Recuerdo que cuando llegabas a un curso dado ya tenías que decantarte por unas materias u otras, formando parte de las tropas de los que éramos de letras y los que eran de ciencias, trincheras que nunca llegaron a la guerra pero que sí dieron para debates no resueltos con victoria porque teníamos el convencimiento de hablar para convencer y no para humillar.

Había alguna excepción, pero no entre los alumnos sino entre los docentes, gente buena en general entre la que se había colado alguno sin la perspectiva suficiente como para ejercer una labor tan importante. Este, digamos, sujeto me dijo en privado que por qué había elegido letras puras con el expediente que tenía y remató su pregunta con la frase “no te das cuenta que eso es para los tontos”. Escribo y veo su cara de decepción y el  recuerdo es nítido por la sencilla razón de que fue expuesto con autoridad a un chico de 15 años.

Hoy no se respira ese clima en los centros educativos pero sí que la tecnología y las ciencias han ganado la batalla en la vida diaria.¿No me creen? Echen un vistazo a su alrededor y verán que el teléfono móvil no anda muy lejos. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de la importancia de todo lo que tenga que ver con los sistemas electrónicos de comunicación dado que para cualquier pequeña acción hace falta no ya una aptitud o capacidad sino disponer del artilugio en cuestión.

Mi banco, siempre tan generoso conmigo (disculpen la ironía), me dice que para hacer una transferencia me tiene que mandar un código de verificación a mi móvil para poder llevarlo a cabo, esto es, me obliga a poseer un terminal que no está diseñado para eso pero que sí forma parte del sistema que nos han o hemos impuesto. Yo, lo reconozco, también he sucumbido. Amante del papel de los libros, de su olor a tiempo pasado, de su magia, me he traicionado y ahora leo en un libro electrónico por comodidad y para ahorrar espacio. Una excusa muy pobre, lo sé, pero no tengo otra. Y es que es muy fácil engañarse a uno mismo.

Paseo por la calle y veo gente que no mira la calzada sino una pantalla. La miran como si quisieran escapar de su realidad y como si lo vertido por las combinaciones binarias fueran dogma de fe, dioses cuyo culto exige concentración, estar siempre en línea y prescindir de no pocas horas de sueño mientras la batería aguante o haya un cargador cerca. Morfeo, aunque saludable, no suele ser tan apasionante y puede esperar.

Alber Eistein decía que temía el día en el que los humanos fuésemos gobernados por máquinas porque, en ese momento, el mundo tendría una generación de estúpidos. Quizás sea algo exagerado pero viendo las reuniones familiares o de amigos tiendo a darle la razón. La palabra ya no cautiva porque la imagen le ha tomado la posición, que diría un amante del baloncesto, y la llega a asfixiar porque es más rápida y fácil. La facilidad y la inmediatez, ya saben, manejan las voluntades y distorsionan los principios haciendo la vida más complicada porque no sabe uno a qué atenerse con tanta prisa y tan poca reflexión.

Hace poco hablaba con un fotógrafo de Agulo y los dos comentábamos el placer de contemplar fotos antiguas y unirlas con historias que él sabía y que yo desconocía. Pensaba, recordaba y vivía una segunda vez todo lo que ya no está porque el tiempo todo lo puede. Era triste pero evocador y me llenaba de recuerdos que complementaban a los míos. De repente, se rompe la magia y suena mi móvil alejándome de lo hermoso y situándome en lo cotidiano y pragmático. Y en ese momento, cosas de la edad, me di cuenta de lo mucho que hemos perdido y de que, quizás, Steve Jobs hizo más mal que bien.