Hijos de un Dios menor
Siempre he creído que el hecho religioso en sí no es bueno ni malo y pertenece a esa faceta innegociable de la libertad que es la vida íntima y familiar. Tan respetable es creer en algo como no creer en nada o, mejor, creer en algunas cosas pero en nada que sea trascendente y que esté relacionado con el más allá.
Yo, por ejemplo, soy agnóstico pero creo en bastantes cosas importantes que pueden darme, que pueden darnos, esos atómos de felicidad para soportar este via crucis que es el deambular por este pequeño planeta al que estamos matando, nunca mejor dicho, a fuego lento. Creo, y creo que muchos creen, en la responsabilidad de los actos, en el trabajo duro, en la capacidad para amar al prójimo, en la empatía como antídoto para el dolor ajeno, en el amor de mi hijo y en las buenas personas que, sin darse cuenta, se visten de héroes para ayudar a los demás. Heroicidad esta última que es apreciada por quien la recibe y rara vez por quien la ejerce porque forma parte de su naturaleza el actuar sin saber lo grandes que son.
La religión puede ser un bálsamo para muchas personas y no solamente el opio que decía Marx. Todo depende de cómo se interpreten los mandatos divinos y su aplicación terrenal porque muchas veces no van a la par, es más, son contradictorios y ahí es cuando viene el problema.
Vemos estos días que la desgracia y la desesperación se ceban con los migrantes que cruzan el Mediterráneo en busca de una vida mejor. Vemos, incluso, una disputa del gobierno español con un barco de cuyo nombre sí quiero acordarme, Open Arms, por no sé que derechos para llevar a esa gente a puerto seguro. Y vemos, sobre todo, a mucha gente que no quiere que ese puerto de esperanza sea español al argumentar que no hay sitio para los extranjeros bajo el sol de nuestro país.
Escucho interesado ese argumento y creo que merece algunos comentarios al respecto. Muchos de esos compatriotas que opinan así se definen como católicos y firmes devotos del mensaje de Jesús. Es sorprendente que así lo hagan porque no hay lógica en todo ello si nos atenemos a sus mensajes de defender la vida a toda costa en el tema del aborto. ¿O es que la vida antes de nacer es más importante que la vida una vez nacido? Nada hay en la Biblia que establezca esa diferencia, mejor aún, el amor al prójimo se erige como el pilar fundamental para los ovejas del nazareno.
Por otra parte se esgrime como una especie de excusa el hecho de que todos aquéllos que piensan que el gobierno español debería dar amparo a esa gente tienen la obligación moral de meterlos en sus casas y ocuparse de ellos. Como lo oyen.
En buena reciprocidad deberían ellos meter en sus casas y ocuparse de toda esa gentuza política, financiera y empresarial que ha llevado al país a la ruina y ha destrozado la esperanza de muchos jóvenes. Pero no, eso no cuenta, porque son de los míos, pertenecen muchas veces a mi clase social o soy defensor de sus políticas aunque éstas aniquilen mis derechos y mi dignidad en un pirueta absurda por la que lamen la bota que los pisotea, llegando así a lo peor que puede llegar un ser humano.
Los negritos, al parecer, no son hijos de Dios o no lo son completamente, o su Dios es menor o vaya usted a saber. Tal diferencia, no se engañen, no está basada en el color de la piel, ni tan siquiera en la religión o las costumbres, sino que se da porque son pobres, llevando al paroxismo el odio destilado en una aporofobia sin cuartel que es hija bastarda de un sistema socioecómico preñado de egoísmo y de culto al éxito.
Todo lo que no es dinero y poder molesta o no es un acicate para despertar nuestra conciencia de seres humanos. La ecuación de primer grado basada en los valores y la bondad pasó hace años a mejor vida y fue sustituida por una regla de tres con vértices en el poder, el dinero y el éxito.
No quiero esas matemáticas para mi hijo.