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lunes, 16 de diciembre de 2024 09:30h.

La ideología del sentido común

OSCAR OPINION
“La competitividad, Dios sagrado de este mundo que nos hemos dado, tiene sus cosas y exige sus sacrificios. Los sumos sacerdotes de la política la veneran cual becerro de oro dejando de lado la empatía hacia el dolor ajeno, virtud muy bonita pero poco productiva para alguien que viaja mucho a Suiza por sus bombones o a Andorra por sus pistas de esquí. En fin …”

Hay hábitos que hay que procurarse todos los días. Somos lo que somos, en parte, al realizarlos o negarlos, ya que cuando acometes una acción o actúas de una manera dada, estás reforzando aquello que te define y por lo que los demás te conocen.

La educación, el mejor vestido para la fiesta de la vida, es una de esas costumbres que no puedes dejar, que debes reafirmar y potenciar aunque el que tengas al lado sufra un déficit al respecto, hecho motivado por no se sabe qué pero que te llena de certeza de que no quieres personas así muy cerca de ti. Ya saben, el roce hace el cariño y yo me niego a querer a alguien que no respeta a los demás porque no se respeta a sí mismo, que diría mi amigo Jorge Morales.

Leer me aporta mucho, no todo, pero sí algo que me reconforta y me da forma al estar seguro de que  si no leo estoy obligado a creer todo lo que digan los demás. Hay que escuchar y comprender pero no se debe anular el criterio propio en aras de una paz ficticia o para ser aceptado por los demás. Sí, ser uno mismo y puede que eso no te aporte muchos amigos pero sí que te dará los suficientes, ésos que están o se les espera si vienen mal dadas.

Leo en este periódico el artículo de Fran Méndez, en su columna habitual. Rezuma cabreo o decepción y no me extraña ya que es sabido que el consumidor, muchas veces, es maltratado en base a negar sus derechos y al considerarlo una especie de ser inferior que se aprovecha de las posibles ventajas de una empresa que está ahí para ganar todo el dinero que se pueda aunque ello provoque un ataque a la dignidad de las personas.

Y es que la protección del consumidor, el “paganini” de turno, no está en su mejor momento, nunca lo estuvo y, si me apuran, nunca lo estará. Es curioso, muchos aluden al sistema neoliberal yanki para hacer ver lo que debería ser, esto es, que cada cual se pague sus derechos y si no puede pagárselos es que es demasiado vago o no se ha esforzado lo suficiente, argumento muy baladí en boca de alguien que heredó una empresa o que apenas tiene formación. Pero nadie nombra las leyes de protección al consumidor que tienen los hijos del Mayflower, no vaya a ser que se copien en la vieja Europa y eso reste competitividad, que se dice ahora.

Es evidente que una empresa se crea para ganar dinero y que es lógico que el más arriesgue más gane. Nadie en su sano juicio puede oponerse ya que se iría contra la iniciativa personal o emprendeduría y ello no sería bueno para nadie. Dicho eso, tiene que haber un buen corpus legal que proteja al consumidor ante los posibles desmanes de aquéllos que, para ganar dinero, pisotean al prójimo y luego presumen de misa y comunión diarias.

Además hay sectores donde la vigilancia del Estado debe ser muy pronunciada y hacerse notar con la intención de alejar de mentes avariciosas comportamientos que pueden llevar al desastre. La Energía, las Comunicaciones o la Banca son un buen ejemplo de ello. Verbigracia, el precio de la luz nos recuerda que no se está domando a ese Saturno que devora a sus hijos factura a factura mientras el poder calla en virtud de unas puertas giratorias bien engrasadas por el dinero y la desvergüenza.

La competitividad, Dios sagrado de este mundo que nos hemos dado, tiene sus cosas y exige sus sacrificios. Los sumos sacerdotes de la política la veneran cual becerro de oro dejando de lado la empatía hacia el dolor ajeno, virtud muy bonita pero poco productiva para alguien que viaja mucho a Suiza por sus bombones o a Andorra por sus pistas de esquí. En fin …

Vivimos en un mundo en el que te suelen etiquetar. O estás conmigo o estás contra mí, se suele decir para situarte en un grupo o en otro, obviando que todo depende de lo tratado o del punto en cuestión. Los dogmas suelen ser malos, no llevan a ningún lado y es preferible pensar y reflexionar antes de decantarse por algo, hecho poco frecuente en un país donde de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa, que diría Machado.

Yo soy liberal y socialdemócrata a la vez, si eso es posible o, mejor, mi ideología es el sentido común. No todos somos iguales pero sí que debemos contar con las mismas oportunidades, esto es, no puede ser crucial la cuna donde naciste sino lo que puedes valer y demostrar. El lucro legal es bueno y necesario pero nadie debe verse sin Sanidad, Educación o Justicia por no tener dinero. Debe ser así porque es justo que sea así. Todo lo demás son mentiras y patrañas argumentadas por gente sin valores en las que el sentido común es el menos común de los sentidos.