La vida sigue igual
Nunca me gustó Julio Iglesias. Sus maneras de dandi me ponían nervioso, quizás porque yo nunca las tuve o porque me parecía que era un hombre demasiado metido en un papel, rodeado de mujeres y de halagos, demasiado alejado, en suma, de lo que a mí me parecía adecuado.
Ahora bien, hay que reconocerle que cruzó fronteras y allanó caminos al romper con su cálida voz el mito de que un artista español no puede recibir aplausos en otras lenguas. Viajaba mucho, cantaba mucho y, quizás por eso, residía en Miami, ciudad donde lo latino y la lengua española ya forman parte de su esencia.
Hubo otro tipo de gente. Residían en España pero sus riquezas estaban allende los mares, en alguna entidad suiza, andorrana (estaba más cerca) o en algunas islas del Caribe donde su secreto bancario brillaba más que la arena de sus exóticas playas. En esos territorios el dinero negro no tiene procedencia, es más, no se pregunta nada y todo se calla. El hecho de que ese dinero venga de la corrupción, del tráfico de drogas o de armas, no es pertinente ni importante entre gente sin valores y sin miedo porque, para qué engañarnos, son los que manejan el mundo.
Leo estos días que Hacienda no puede abrir expediente y, si fuera el caso, llevar a los tribunales al “molt honrat” Jordi Puyol, no porque no sea culpable, que lo es, sino porque su delito ha prescrito. Uno no gana para sustos y decepciones. Lo que se suponía que tenía que ser ya no es por arte de una casta política que calcula al milímetro sus posibilidades de ser pillados y de pagar por ello. Hacen leyes para protegerse y, muchas veces, los jueces está atados de manos en virtud de un poder legislativo que deja mucho que desear en lo ético.
El asunto es para mear y no echar gota, que diría un castizo. Hacienda no somos todos o, mejor, solemos ser la clase media-baja y las Pymes, sí, ésos que estamos quemados a impuestos para intentar tener un sistema público que cubra las necesidades básicas de la gente que no puede pagárselos. Ya se sabe que los sueldos altos son dañinos para la competitividad y hacen que algunos empresarios ( no todos) no puedan disponer de su tercer Mercedes. Que su empleado no llegue a final de mes es un daño colateral.
Los políticos son inmunes a todo y el paso de los años no cambia nada, dado que interesa que todo siga igual, un status quo en el que nunca nadan a contra corriente, seguros de sí mismos, con la certeza tácita de que la cárcel es para los que no son de su estirpe.
Si tienen dudas al respecto echen un vistazo a algún periódico y podrán ver cómo Oriol Junqueras, paladín de la hipocresía y del fanatismo rayando en el racismo, se va a ir de rositas en virtud de una inmunidad otorgada por el Parlamento Europeo no se sabe muy bien por qué. Y ésa es otra, si te pillan y un juez con un par se atreve a condenarte siempre pueden recurrir al aforamiento, inmunidad o indulto, triquiñuelas para delinquir y reírse de los españoles.
Eso de los aforados y la inmunidad es una auténtica golfería que daña a nuestra democracia al incidir, una vez más, en que todos no somos iguales ante la ley. El sentido común debe imponerse pero también el efecto disuasorio, esto es, si la haces la pagas, en román paladino.
La vida sigue igual o casi porque también leo que el número de los muy ricos ha crecido un 45% desde que empezó la crisis en nuestro país, es decir, que la brecha entre ricos y pobres se agranda dejando a la clase media muy tocada o, incluso, hundida, a imagen y semejanza del imperio yanki donde si no tienes nada no eres nadie y tienes que pagarte la Sanidad y la Educación con un sueldo ridículo. Y claro, a muchos no les da.
Por cierto, la crisis era tal o fue una estafa montada para hacer a los muy ricos más ricos. En fin ...
Hay que reflexionar y saber a dónde queremos ir. Ahora que el año acaba y que parece que vamos a tener gobierno hay que exigir respeto y decencia, integridad y trabajo, que el que más arriesgue más gane pero que haya un mínimo vital básico para proteger a los débiles.
Ya suenan la campanadas. Pasan los años y uno empieza a sentirse viejo. Sólo quiero lo que cualquier persona de bien querría para sí, a saber, salud y que nuestros hijos tengan oportunidades en el futuro. Doce campanadas para doce meses, doce sonidos de emoción ante otro año más que empieza, doce besos y sonrisas compartidas, doces golpes que anuncian algo nuevo lleno de esperanza. Y es que la esperanza es lo que nos queda para no seguir pensando que la vida sigue igual.
¡Feliz año a todos!