Lo personal y lo colectivo
Las palabras no sobran. Vienen a complementar y a aclarar conceptos, llenas de significado para ir un poco más allá de lo inmediato. Uno habla y, muchas veces, deja bien claro en qué posición está por el uso que hace de ellas. Si escoge unas se acerca a sí mismo y se escoge otras quiere acercarse a los demás. Todo es cuestión de mesura, ya saben, el término medio, eso tan alejado de los españoles.
No hace mucho escuchábamos a un insigne político del ruedo ibérico demostrando lo anterior, esto es, que la selección que se hace de los vocablos denota o, incluso, delata a quien los emplea aunque, muchas veces, el interesado no lo perciba así. Venía a decir que todos somos entes individuales establecidos en un colectivo. No le falta razón y la idea que expresa es tan verdadera como el hecho de que mañana, a pesar de todo, volverá a amanecer.
Claro que él la expresaba dando importancia a lo personal por encima de lo colectivo, es más, lo colectivo apenas debe existir ya que coarta lo individual y lo frena, alejándonos así de la productividad y de la creación de riqueza, Dioses paganos de una posmodernidad no controlada que nos ha llevado a desastres como la actual pandemia.
Una vez más nos topamos con dos formas de ver el mundo que, a mi juicio, deben ser complementarias sin anularse ya que la destrucción de una llevaría consigo la fragilidad de la otra o, incluso, su desaparición. Tan importante es asumir las responsabilidades propias como ser conscientes de que hemos de cuidar de aquéllos que, por causas externas a su voluntad, no pueden asumir las suyas. Nuestra capacidad debe cubrir las lagunas de injusticias ajenas. Remarque el lector que he dicho por causas ajenas a su voluntad. Una enfermedad o tragedia familiar puede reducir a la nada a alguien que está a punto de sucumbir y al que no se puede abandonar a su suerte. Dicho eso, es inviable e injusto ayudar a los que, una vez sí y otra también, están instalados en los brazos de la desidia.
Lo anterior puede ser llevado al terreno de la ideología. Los liberales creen en lo individual y en la capacidad de emprender, asumiendo que todos somos diferentes en todo, incluido el nivel de riqueza de cada cual. Esas diferencias vienen dadas por la capacidad de cada cual y son, por lo tanto, justas. Es una argumentación válida si tenemos presente lo acertado de que el que más arriesga más debe ganar y que todo el mundo monta una empresa para ganar dinero.
El afán de lucro, legalmente establecido, debe ser un motor de la economía y la piedra angular para la creación de empleo. Pero, a veces, tal argumentación es dada por alguien que lo ha heredado todo y que no conoce el significado de la palabra esfuerzo y que, para más inri, va dando lecciones de moral por ahí. Balzac decía que detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen. No me gusta pensar que tenía razón pero hay días en los que estoy de acuerdo con él.
Los socialdemócratas, por otro lado, creen en todo lo anterior pero acotando el terreno para que la injusticia no nos devore. Creen en la creación de riqueza del sistema pero piensan que éste tiene que ser regulado para lograr un cierto reparto de la misma. Su credo se basa en que nadie tiene que ver a su hijo sin Sanidad, Educación o Justicia por falta de dinero. Su error, que también los tienen, es llevar esta idea demasiado lejos, protegiendo a los que no lo merecen y debilitando la iniciativa privada.
Ustedes creerán, no sin razón, que el sentido común es la postura perfecta para navegar entre esos dos mares. Y así debería ser, si no estuviéramos en un país donde la gente compró papel higiénico de forma desmedida y donde parece que la felicidad es dibujada en una terraza de un bar, de forma obsesiva, barraquito y sandwich mixto por medio, olvidando así que todavía no hemos salido de esto e insultando la memoria de los miles de fallecidos en esta tragedia.
Lo personal y lo colectivo también puede ser llevados al ámbito de la pareja. Nunca he entendido a esas parejas en las cuales uno anula al otro, le niega la posibilidad de ser él mismo o de frecuentar a sus amistades, pasando a ser no ya una relación sino algo para lo que no tengo definición. Creo que, para que una relación funcione, lo individual debe estar consolidado porque cuanto mejor se sienta uno en esa faceta, más aportará a la relación. Muchas veces no pasa esto y se entra en una dinámica donde uno se aburre y el otro sufre, donde las lágrimas son más gruesas que las provocadas por las cebollas de Guayonge, que diría un castizo.
Esta nueva normalidad, que se dice ahora, va a perfilar cómo queremos que sea nuestro mundo respecto a las dos visiones de las que les vengo hablando. Las ideologías marcarán el paso e intentarán triunfar ya que su actitud es el combate por destrucción, no por seducción o convencimiento. España, a lo largo de su historia, ha pagado muy caro esta postura maniquea y cainita donde el que piensa diferente no suma, sino que resta y, por ende, deber ser apartado. Los dados del destino, quizás, hace tiempo que juegan la partida mundial y nuestro país parece que ha perdido. Todo pinta bastos y los ases guardados no son tantos como quisiéramos.
Todo es cuestión de perspectiva en un mundo donde falta amor y respeto, pensar un poco en los demás, que lo individual sea expandido hacia lo colectivo, donde la tranquilidad personal se conciba en una sonrisa de alguien que te está agradecido. Lo contrario me parece mucho peor, puede llevar al desastre, a nuestra aniquilación.
“Si no somos capaces de vivir todos como hermanos quizás vamos a morir todos como estúpidos”, decía aquél que tenía un sueño, cuyo último aliento voló hacia el cielo de Menphis, de piel oscura como las intenciones de algunos, de alma cálida como la certeza de muchos.