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martes, 17 de diciembre de 2024 00:00h.

La lotería y la soledad

OSCAR MENDOZA OPINIÓN
“La suerte, como decía, es un parámetro vital muchas veces ignorado porque no lo podemos controlar y lo que no se puede controlar provoca miedo y desazón. Lo he vivido algunas veces: todo va bien y, de repente, bummmmm, tu vida gira 180 grados hacia algo que no querías pero que se impone irremediablemente. Y no se va nunca, sólo aprendes a vivir con ello ayudado por el factor tiempo que todo lo diluye un poquito. Sales fortalecido, cierto, pero los daños recibidos hacen que tu mirada sobre el mundo ya no sea la misma.”

Pasan los años y la escena se repite. Veo en la televisión cómo gente que no conozco celebra su fortuna al haber sido agraciada con un premio en la lotería de Navidad. Sonríen detrás de la mascarilla y percibo que son más comedidos que en años pretéritos, quizás por el miedo al contagio o tal vez porque saben que, a otros, en vez de dinero, esta puñetera situación les ha traído desgracias. No hay peor tirano que la vida misma, decía Miguel Delibes.

Hacen bien en sentirse arropados por la felicidad y disfrutarla.  Me gusta verlos así, cansados como estamos de tanta lágrima y de tanta tristeza. Se sienten pletóricos a sabiendas de que la rueda puede girar y lo que hoy es luz mañana puede no serlo en virtud de un mecanismo que no logro entender pero que siempre me ha fascinado. Carpe diem, porque todos acabaremos desapareciendo.

Los números de la suerte acarician a muy pocos, residuo feroz de este capitalismo salvaje que estamos padeciendo y cuyo exceso nos ha conducido a la tragedia actual. La mayoría esbozamos una sonrisa y seguimos adelante pensando que el próximo año nos puede tocar a nosotros o, estoy seguro, nos sentiremos bien si las sillas de las personas amadas no son vaciadas por los caprichos de la de la guadaña, presta ella a arrebatarnos lo que más queremos. Yo, y seguro que ustedes también, sólo quiero que las personas que amo sigan aquí.

La suerte, como decía, es un parámetro vital muchas veces ignorado porque no lo podemos controlar y lo que no se puede controlar provoca miedo y desazón. Lo he vivido algunas veces: todo va bien y, de repente, bummmmm, tu vida gira 180 grados hacia algo que no querías pero que se impone irremediablemente. Y no se va nunca, sólo aprendes a vivir con ello ayudado por el factor tiempo que todo lo diluye un poquito. Sales fortalecido, cierto, pero los daños recibidos hacen que tu mirada sobre el mundo ya no sea la misma.

Yo, después de todo, no me puedo quejar. Sería un ingrato si lo hiciera y, mientras mi hijo goce de salud, todo será soportable: la soledad cuando no está él, las injusticias que veo a diario, el sufrimiento de los que no merecen tal cosa, el pasar de la vida que, cada día, es menos vida aproximándose hacia la nada que nos envolverá a todos. No me quejo, insisto, porque mis momentos de tristeza no son nada comparado con los mares de amargura de otros, ésos cuyas lágrimas no se perderán en la lluvia porque han llegado a un estado donde ya las confunden.

Pienso en aquéllos que han perdido a seres queridos, en aquéllos que tienen a gente enferma o que, incluso, ellos mismos están enfermos y desesperados. El manto negro de la tristeza los cubre como una segunda piel y se preguntan qué hicieron mal para merecer esto. La justicia no conoce las buenas acciones y no hay regla matemática que evite lo malo si eres muy bueno. Ojalá fuese así pero, incluso en Navidad, hay cosas en las que no conviene creer.

Gente intubada en una UCI, gente en planta hospitalaria, gente encerrada en sus casas, … todos ellos fotografías de una época que parece que ya se va pero que siempre estará en nuestras mentes. Los unos cuidados por nuestros excelsos sanitarios, los otros cuidados, en el mejor de los casos, por sus familiares, héroes que no son de paso y en los que se puede confiar. Lo mejor de lo mejor lucha contra lo peor de lo peor.

Es curioso, por cierto, que este virus deba ser combatido con distancia social, con frialdad en el trato, con mascarillas que ocultan la sonrisa, renunciando a lo que nos hace humanos, especiales y lo que nos provoca más felicidad. El golpe que nos ha asestado la naturaleza nos ha machacado como ningún otro y tardaremos mucho en recuperar los abrazos y los besos, el contacto y las caricias, lo cálido para la piel y para el alma. Muchos, a buen seguro, ya no seremos los mismos.

La lotería se fue pero volverá. El virus se irá o se controlará, no lo duden, pero la soledad se irá y volverá y volverá a irse y volverá a volver, ya que hay cosas que no son eternas, para lo bueno y para lo malo.
Yo cenaré solo en Nochebuena y Fin de año. ¿Triste? Sí, lo es, pero no me quejo mientras no le pase nada a la gente que amo. Es tiempo de templanza y de ver qué es lo realmente importante, de valorar que vale más una vida que el calor de un abrazo.

Todo pasará porque está escrito en las estrellas que, a pesar de todo, a pesar de las guerras y las injusticias, del egoísmo y de la ira, de nuestras estúpidas diferencias, … hay algo bueno en el corazón de la mayoría de las personas y no hay virus presentes ni futuros que puedan destruir eso.

¡Feliz Navidad a todos!