Mientras no me pase a mí
Muchos de ustedes, a buen seguro, han escuchado esta frase expresada ante un hecho negativo o una tragedia acaecida a otros que, aun estando cerca, no constituyen su yo ni la esencia de lo que aman. Sentencia egoísta donde las haya, prueba evidente de que algo falló en su educación y/o en su genética dando como resultado algo o alguien que se asemeja a las ratas en la escala zoológica.
La falta de empatía llega a extremos patológicos y uno, que ya tiene una edad, no concibe tanta crueldad en seres humanos que deberían ser más ¿humanos? porque han pasado por un proceso de socialización donde priman, o primaban, los valores y el sentir el mal ajeno. Pero ya ven, no se alegran pero tampoco se inmutan, ejerciendo una postura vital que deja bastante que desear. La castración química, para algunos, está infravalorada.
Leo con tristeza cómo un joven muere por falta de atención médica urgente en Madrid. Oigo con estupor el audio de las llamadas desesperadas de sus padres y la poca profesionalidad de un médico que se pasa su juramento hipocrático por sus vergüenzas. Veo, finalmente con tristeza, a los responsables políticos de turno exculpar a los responsables porque, dicen, se cumplió el protocolo.
Lo que no leo, ni oigo, ni veo, es explicar a los españoles que ese protocolo está establecido para ahorrar en todo lo que se pueda y para salvarle el culo, con perdón, al que meta la pata. Ese protocolo no está hecho en base a unas garantías médicas para proteger el mayor número de vidas posibles sino para seguir los designios del Dios mercado y de esta corriente neoliberal que todo lo envuelve. Hay que ahorrar y recortar, esperando, claro está, que no me toque a mí en la ruleta de la vida y la muerte donde los ricos y poderosos tienen más números al rojo de la vida que al negro de la muerte. Los que están por debajo en la escala social sólo pueden rezar y esperar que la de la guadaña pase de largo.
Hace casi diez años alguien murió en La Gomera esperando atención médica en las puertas de un centro de salud que estaba cerrado para ahorrar costes. Los responsables políticos de todo ello no dieron explicación alguna y el médico y la enfermera dijeron que se ajustaron a los protocolos establecidos.
Su hijo, vuelto del revés ante tal injusticia, intentó pactar para que eso no pasara más, renunciando así a luchar por su padre. Pero como obtuvo la callada por respuesta inició un lucha de casi ocho años en los tribunales para descubrir, como ya presuponía, que el célebre protocolo se ajustaba a ley, aun a sabiendas de que podía costar vidas humanas.
El que hace la ley está más pendiente de proteger a los ricos que de cumplir sus obligaciones garantizando una Sanidad de calidad. Las lágrimas de esa familia no son tan valiosas como las comisiones ilegales por favorecer a los más pudientes. Es así de simple.
Ese hijo, ayudado por un amigo abogado y por el Director de este periódico, luchó todo lo que pudo y descubrió muchas verdades y algunas mentiras. Descubrió, sobre todo, que muchos son capaces de exculpar tal hecho porque los dirigentes políticos son “de los míos”, haciendo ver que la guerra civil no ha sido superada y haciendo gala de que sus almas están envueltas en la mierda.
¿Lo ven? Todo se repite en un bucle feroz y cruel hasta que le pase a alguien con dinero y, por lo tanto, con poder. Entonces sí se cambiarían las cosas ya que la vil pecunia puede más que las buenas intenciones.
Ya saben, a muchos una crueldad de este tipo no les afecta mientras no les toque a ellos. Mientras no me pase a mí, tan español y tan repugnante.
Por cierto, el señor que murió en La Gomera era mi padre y ese hijo que descubrió que hay españoles de primera (los menos, pero muy ricos) y españoles de segunda, soy yo. Gasté mucho dinero, mucha energía y mucho tiempo en intentar llevar algo de justicia a mi familia pero todo estaba atado y bien atado. Es lo que tiene no ser poderoso. Se ríen de ti mientras caminan en sus alfombras de privilegios para evitar pisar en este país de mierda.