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lunes, 16 de diciembre de 2024 19:20h.

El rojo y el negro en París

Enciendes la televisión y, zas, te das cuenta de cuán cerca está el género humano de su parte animal y de que hace ya años que retrocedemos hacia épocas pretéritas donde jamás pensamos estar de nuevo.

 

París, la llamada ciudad de la luz, la ciudad más especial del mundo para mí y para muchos, quedó cegada de estupor con las ráfagas de los fusiles automáticos que abatían vidas de ahora y de lo que podrían ser en el futuro.  

Puedo, NO, no puedo, nadie puede hacerlo, no puedo, decía,  imaginarme por lo que están pasando los familiares y amigos de las víctimas, a los que la República francesa, estoy seguro, está ayudando a superar  (¿cabe ese verbo?) esta situación,  haciendo ver, una vez más, que siempre estará del lado de los débiles y de los que necesitan amparo.

París ha sido golpeado. El ROJO de su sangre es menos rojo porque se baña con las lágrimas de gente que no entiende nada y que no tiene culpa de nada. No hace falta ser muy listo para entender que se ha golpeado para infligir el miedo y la desesperación en gente inocente, intentar provocar así una deriva en la que Occidente se pliegue a estos fanáticos.

Ése, y no otro, ha sido el motivo de esta barbarie.
Muchos buscan respuestas y muchos hacen preguntas, en una confusión que nos demuestra que no estamos preparados para esto y que el ser humano está sometido al azar como el resto de criaturas de este miserable mundo. Si estás en el sitio equivocado a la hora equivocada te pueden quitar la vida en nombre de no sé qué Dios, incluso, como ya ha pasado, si te giras hacia La Meca para rezar al mismo Dios del que empuña un arma y la esgrime como una guadaña que sesga respiraciones e ilusiones.

Es complicado encontrar la razón por la que estos asesinos arrebatan la vida a un hermano. Hay en su comportamiento, sin duda, una parte de religión fanatizada y exacerbada que lo anula y lo convierte en instrumento exterminador de gente inocente que nada tiene que ver con las cúpulas del poder. Pero también hay una parte de frustración y humillación en sus vidas o las de sus próximos que hace que sean las víctimas perfectas para caer en estas redes terroristas.

Si a todo ello le unimos una situación socioeconómica grave  ya tenemos el caldo de cultivo perfecto para que muchos pierdan la cabeza y se olviden de su parte humana en la que la piedad y el amor deberían ser banderas.  

Me parece significativo, aunque no me sorprende, el hecho de que tal barbarie haya sido aplaudida en algunos países islámicos y por bastante gente. ¿Por qué? No creo que sean psicópatas y disfruten con el dolor ajeno sino que tienen la venganza como el último aliado cuando ven, humillados y derrotados, que los mandatarios de Occidente tienen un doble rasero para medir las cosas y que la sangre de los, por ejemplo, palestinos vale menos que la de un europeo.

El conflicto entre Israel y Palestina puede dar fe de ello. Es el NEGRO de la ineptitud de políticos y clérigos de todas las religiones que son adictos al poder y se mueven en el ajedrez de la política  de una forma sorprendente y que choca contra la más mínima lógica o sentido común.

Ya se sabe que el odio sólo engendra odio y que ello, tarde o temprano, se muestra con rotundidad llevándose a gente que nada tiene que ver con ese ajedrez.

Tanto el Cristianismo como el Islam son religiones que profesan el amor al prójimo. Creo recordar un versículo del Corán en donde se atribuye a Mahoma la frase “quien toca a Jesús me toca a mí”. . El Islam, incluso, reconoce a algunos profetas del Cristianismo. Otra cosa es la interpretación que de ambas religiones han hecho personas sin escrúpulos y con mucho poder por mantener a toda costa, aunque fuera pasándose los dos libros santos por el forro de sus vergüenzas.

Como la célebre novela de Sthendal, El Rojo y el Negro, París siente el ROJO de la sangre derramada y el NEGRO de la oscuridad desatada por esta panda de asesinos que, así lo creen ellos,  llegarán al paraíso que se les promete por inmolarse, mientras aquí dejan un mar de dolor y estupefacción.
Muchos esperamos que se pudran en el infierno.