Un lugar en el mundo
No creo que haya muchos ejemplos en la Historia tan reveladores para definir la mentira como el de Goebbels. No sólo la utilizaba con fines grotescos sino que era partícipe de ella al formar parte de un sistema que otorgaba el poder y los privilegios a la raza área, ya saben, altos, rubios y de ojos azules, mientras que él, al igual que su querido Adolfo, no cumplía con los parámetros instaurados a sangre y fuego. Él, siendo generoso, era otra cosa.
Es muy conocida su frase de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. No me dirán que no es una sentencia aplicable al mundo actual, sobre todo en el ámbito de nuestros representantes de la res publica, consumados adalides de la falacia e hijos bastardos del interés propio por encima del general.
Leo estos días alegatos contra los inmigrantes que llegan a este país. Leo, con preocupación, que nos están quitando el trabajo y los derechos propios del estado del bienestar. Leo, finalmente, que ellos no son de aquí y nosotros sí.
No sé qué me enerva más, que se dice ahora, si el desprecio por un ser humano o la mentira expresada a través de la ignorancia o de la falta de dignidad. Es curioso que cuando la gente piensa en un migrante tiene en la cabeza la imagen de un negro cruzando en patera mares inhóspitos o, mejor, llegados a las costas españolas mientras se les abriga con una manta y se les da una bebida caliente. Esa imagen es real pero no es la mayoritaria. Dense una paseo por cualquier aeropuerto con conexiones internacionales y verán lo que intento expresar.
Hay muchos estudios que demuestran que el impacto de la migración africana, que es la que preocupa, es muy bajo para nuestro país. Eso no es óbice para endurecer las leyes en aras de garantizar la seguridad llegando, por ejemplo, a la expulsión si no se tiene un mínimo de conducta cívica. Esto, claro está, debería ser para todo el mundo y ahí viene el problema. ¿Saben por qué? Muy sencillo, no nos molesta el sudaca que mete goles el domingo por la tarde o el negro que levita en una cancha de baloncesto porque son ricos, esto es, la aporofobia es el concepto implicado y no el color de la piel o, incluso, la religión. Los problemas con Hacienda de Messi y de Cristiano Ronaldo dan fe de ello.
La gente es muy olvidadiza y tiende a pensar con el estómago y no tanto con la cabeza. Ya han pasado diez años desde la crisis que destrozó España y dicen por ahí que viene otra en poco tiempo. He visto sufrir a mucha gente.
He visto familias nadando en la desesperación mientras dependen de la mísera pensión del abuelo para salir adelante. He visto, créanme, niños pidiendo bocadillos a los profesores con la cara llena de vergüenza y cómo esa cara se transforma en sonrisa entre bocado y bocado con la mirada cómplice del docente.
Pero no he visto que los culpables de aquel desatino cumplan penas ejemplares y sufran un 5% del sufrimiento que ellos administraron a gente inocente cuyo único pecado fue creer en el sistema que se les vendía un día sí y otro también. Esos culpables no son negros ni vinieron de allende los mares sino que visten trajes de Armani, zapatos de marca y desprenden perfume caro porque ya se sabe que la imagen lo es todo en el mundo de la política-negocios. No está mal como envoltorio de la mierda.
Voy todavía más allá. ¿Por qué el españolito medio se escandaliza por los negritos y no por los 40.000 millones de corrupción y los 80.000 millones de fraude fiscal? Si hacen números comprobarán quién roba la esperanza destruyendo sociedades y quién, jugándose la vida a menudo, sólo busca su lugar en el mundo. Las matemáticas, por una vez, revelan las trampas sin control de un mundo alejado de la ética donde la mentira campa a sus anchas y donde quienes la denuncian son llamados antisistema porque no apoyan lo aceptado ya que piensan que ese sistema no debe imponerse.
Ya saben, necesitamos más verdades y un puñado de causas para luchar. No necesitamos las mentiras transmitidas de forma interesada para crear odio entre los iguales mientras que los de arriba se descojonan, con perdón, al ver que sus cuentas corrientes crecen a la misma velocidad con la que son derramadas las lágrimas de los de abajo.
Amaros los unos a los otros como yo os he amado. ¡Qué ingenuo era el Nazareno!