Una casa para protegernos
El tiempo pasa. Antes, quizás, con una celeridad propia de los tiempos modernos y, ahora, con una lentitud que, en algunos casos, pone a prueba la disciplina mental para no caer en aquello de que “yo es otro”, que diría Rimbaud.
Nuestra casa se ha convertido en nuestro hospital, un iglú que no es frío porque tiene el calor de los que amamos y que supone la primera línea de protección en esta locura que nos ha tocado vivir. Nunca pensamos que el sentido del hogar tuviera tanta dimisión sanitaria y hemos pasado a darnos cuenta de que las palabras, ya de por sí ricas en imágenes, adquieren otras a partir de nuestras vivencias, nuestros miedos y esperanzas. El significante está ahí pero el significado muta hacia otros campos, como ese puñetero virus del que esperamos una mutación benévola que acabe con nuestra desesperación.
El estar en casa puede, y debe, implicar una reflexión sobre quiénes somos y qué es lo realmente importante. Los besos y abrazos están ahí, escondidos, aletargados por el miedo, confinados entre la duda y la intención, pero preparados para definir a muchos. La casa, si hay gente que amas al lado, pesa menos sobre tu cabeza y la prisión ya no es tanta porque está cargada de esperanza, como esa canción de Manuel Carrasco.
Si, como es mi caso, vives solo, todo se te hace grande y vacío. Debes recurrir a los recuerdos, forjarte una armadura con lo que te gusta (lectura, cine, deporte, …) y pensar en lo que te da fuerza. Cuando mi alma cae, pienso en mi hijo. Cuando una mueca de tristeza dibuja mi rostro no me queda otra que cerrar los ojos y ver en la oscuridad su sonrisa enorme que, por un proceso que no consigo entender, borra el trazo de la tristeza convirtiéndola en toneladas de esperanza. Quizás debería tatuarme el nombre de mi hijo y la idea de que lo mejor está por llegar.
Son tiempos de cambio y de futuras reformas. Tal vez ha llegado el momento de plantearnos los pilares de nuestra nueva casa, no la estructura física que, no ha quedado otra, ahora conocemos al detalle sino esa casa vital, esencial porque nos protege incluso en la intemperie, esa casa sostenida sobre unos pilares que solo la muerte puede destruir. Los cimientos de lo que somos deben ser reforzados con los valores por los que nos guiamos. Y, visto lo visto, no creo que sean tantos.
Uno de esos pilares debe ser el amor y ser conscientes de que mucha gente nos quiere y a la que, por ende, debemos querer. La soledad, si lo pensamos bien, no es tal porque no conozco a nadie que no tenga un teléfono móvil en el que, por lo menos, no haya tres personas a las que recurrir si vienen mal dadas.
Otro pilar debe ser la esperanza, moldeada por la fortaleza de no rendirnos si la oscuridad parece que todo lo puede porque, como decía Victor Hugo, no hay noche que, por muy oscura que sea, no acabe dando paso al amanecer. Esperanza más fortaleza se me antoja un binomio cuya química nos puede ayudar a resistir en estos tiempos tenebrosos.
Pero, yendo más allá, también debemos contar con unos pilares sociales, esto es, comunes a todos, unos mínimos que nos cohesionen dentro de la diversidad, unas fronteras de dignidad que el mercado, Dios eterno al que rezan los privilegiados, no pueda romper ya que debe ser terreno prohibido para el negocio y la competitividad. Ahora estamos pagando caro el haber permitido que algunos cruzaran esa frontera, pisoteando lo común para acrecentar sus cuentas corrientes expedidas en algún paraíso fiscal bañado con chocolate suizo o en ciertos países del caribe donde el sol calienta a ritmo de secretos bancarios.
La Sanidad, la Educación, la Justicia, .. lo público, en una palabra, debe estar por encima de las disputas ideológicas. Tenemos que tender hacia, ya saben que es mi postura política, la ideología del sentido común en la que más gane el que más arriesga pero en la que ningún ciudadano sea tan pobre como para vender su dignidad ni se permita que ningún ciudadano sea tan rico como para comprarla.
Esta debe ser, a mi juicio, la gran lección que debemos aprender. Costará y habrá que cambiar muchas cosas. Se cometerán errores y retrocesos pero debemos tener presente el nuevo mundo que queremos construir. Ser generosos y solidarios, pensando que, como decía Charles Chaplin, todos somos aficionados porque la vida es tan corta que no da para más.