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viernes, 15 de noviembre de 2024 00:00h.

Ya no sé qué pensar

OSCAR MENDOZA OPINIÓN
“Estamos en un camino de dolor con la esperanza en el horizonte pero no sabemos en qué punto  porque ya se sabe que no hay peor tirano que la vida misma, que diría Miguel Delibes. Todo parece ir bien y, de repente, un paso atrás que nos devuelve a la inseguridad, a pensar que somos meros juguetes de usar y tirar, a ya no saber qué pensar ni qué esperar. La duda, por muy cruel que sea la certeza, es el sentimiento que más daño nos puede hacer.”

Vivir es lo más complicado que tiene la vida, decía un cantante no hace mucho tiempo y, para qué engañarnos, hay días que piensas que no es que se haya pasado de frenada sino que se ha quedado corto.

Nuestros días en este planeta son como una montaña rusa donde fuerzas misteriosas cambian la felicidad en desdicha y el dolor en esperanza. Maupassant lo describió como nadie en un célebre cuento. Es así de simple y lo peor es que no hay manual de instrucciones.

Elegí ser profesor por vocación, situación en la que es la profesión la que te atrapa y no tú a ella, desoyendo los consejos de mi padre y escuchando algo que me decía que tenía facilidad y pasión para transmitir. No es una verdad absoluta sino una percepción, algo que me sujeta y me da aliento cuando veo que mi trabajo se ha convertido en cumplimentar papeles que, para qué les voy a engañar, no servirán para nada, si acaso de justificación ante los padres-votantes, esto es, los que garantizan la supervivencia política mediante el voto, los que aseguran un medio de ganarse la vida para ésos que no parecen saber hacer otra cosa.

Llego temprano a mi centro de trabajo para ayudar en el protocolo COVID y el ambiente ha cambiado bastante respecto a los años de la antigua normalidad, ese periodo donde nunca pensamos que el meteorito de la pandemia cambiara nuestras vidas para siempre. Antes, las caras de sueño de los alumnos al entrar eran compensadas con sonrisas y miradas cómplices entre ellos. Ahora, el sueño sigue estando pero hay una segunda piel en forma de mascarilla que anula la sonrisa y les hace ser conscientes de que algo muy malo está ocurriendo. Quizás, la noche anterior, sus padres les dijeron que su abuelo está ingresado y que aquél que parecía eterno, henchido de amor, hecho para educar y, a veces, malcriar, también tiene fecha de caducidad. En ese momento empezarán a descubrir que la vida no es justa.

Aparece el director, haciendo siempre malabarismos para hacer entender que, además de docente, tiene que gestionar un centro educativo con más de 750 alumnos. Me asombra su forma de regatear al estrés y su capacidad de trabajo, consciente de que se podrá equivocar pero nadie le podrá acusar de actuar de mala fe. Los chicos, me dice, no quieren más confinamientos y quizás por eso están dando un ejemplo de conducta que para sí quisiera ese político-obispo-militar-infanta que ha escuchado la voz del egoísmo y del miedo de una forma más diáfana que la de la obligación. No se le puede pedir dignidad a quien no tiene el diccionario de la ética.

Estamos en un camino de dolor con la esperanza en el horizonte pero no sabemos en qué punto porque ya se sabe que no hay peor tirano que la vida misma, que diría Miguel Delibes. Todo parece ir bien y, de repente, un paso atrás que nos devuelve a la inseguridad, a pensar que somos meros juguetes de usar y tirar, a ya no saber qué pensar ni qué esperar. La duda, por muy cruel que sea la certeza, es el sentimiento que más daño nos puede hacer.

¿Un ejemplo? Los profesores, muy expuestos ante el virus, fuimos llamados para vacunarnos y las dosis eran administradas con bastante rapidez. Molestias, fiebres, dolores musculares, … o quizás nada para los afortunados, todo ello era el tema de conversación, la certeza de que había que pasar por eso, una prueba más de las muchas que acometemos en esta profesión. Es lunes, maña martes es mi turno, y una compañera nos dice que se ha suspendido la vacunación. Sorpresa, incredulidad y hastío.

Explicaciones de todo tipo, análisis de última hora sobre relaciones causa-efecto, alegatos en contra y apologías extremas, … Todo es nada porque no son muchas las seguridades. Leo algo que me hace reflexionar: la vacuna de Astrazeneca vale 2 euros, la Moderna y la Pfifer 20 Euros por dosis. Sigo leyendo y parece que algunos accionistas de las últimas dos también tienen acciones en medios de comunicación. Blanco y en botella … 

Pero, ¿será verdad? Lo dicho, ya no sé qué pensar pero no es una explicación baladí, es más, me parece plausible, aunque no digo que sea la real. Ya hace mucho que intuyo quién tiene realmente el poder o, mejor, que todo está prostituido por el dinero.

Acabo la semana y doy la última clase. Estoy agotado por tanta duda o, quizás, porque, sencillamente, me estoy haciendo viejo. Aprovecho un ejercicio para hablarles de la revolución francesa. El debate salta al tema de los impuestos, y lo entienden pero muchos de ellos tienen a un youtuber como ejemplo a seguir y dicen que harían lo mismo. Profundizamos y me preguntan si yo me dejaría comprar por 100.000 euros. Les digo que no, que vivo dignamente, que no me quejo y que no vendo mi dignidad para hacerme rico. Me miran asombrados y piensan que no vengo de La Gomera, sino de Marte, alguien extraño que no comulga con lo que, para ellos, es normal. Suena el timbre y todo acaba. Un alumno se queda y me dice que está de acuerdo conmigo. Esbozo una sonrisa en mi alma y pienso que no todo está perdido.

No es culpa de ellos, más bien del sistema y quiero pensar que cambiarán con el paso de los años. Hay anclajes en el alma que sólo se dan cuando tienes cierta edad. Recuerdo que, por la mañana, un compañero me había dicho que le había pasado algo parecido.
¿Qué clase de valores estamos transmitiendo? ¿Qué ejemplo dan las autoridades y los referentes sociales cuando un alumno se extraña de que yo no me deje comprar? ¿Qué sistema de mierda hemos construido? 

Bajo la mirada, regreso a mi casa y me convenzo de que tengo que seguir luchando, de que intentaré ser positivo y seguir impartiendo valores que ya no hay, de que no se puede afrontar mi profesión sin valor. 
Sí, me lleno de energía pero a la vez estoy deseando jubilarme, quizás porque la mierda me persigue  y no quiero que me manche.