Ya sé que me has engañado
No existe sensación más destructiva y reconfortante a la vez que descubrir que te engañan, que te han engañado y que pretendían seguir engañándote.
Si algo tengo que agradecer a internet y las redes sociales, entre muchas cosas, es el proporcionarme las herramientas necesarias para descubrir los ya frustrados engaños.
Y expreso "frustrados" porque los he descubierto.
Porque los conozco.
Porque ahora sí sé que es mentira lo que expresabas.
No sé a ustedes pero a mi, en más de una ocasión me han aguado el día alguno de mis contactos, de mis "amigos" en las redes sociales. ¿O ustedes no?
Cuando a uno o una le gusta escribir, comunicarse... y lo hace desde su propia marca personal, desde sus propias emociones y desde su propio estilo, en ocasiones, se siente ínfimo, inculto -si se me permite la expresión- y hasta "finiquitado" en este terreno, sobre todo si se compara con otros u otras quienes, saliendo de la nada se convierten en dioses de las redes, llegando a alcanzar la máxima distinción, esa que conceden algunos medidores de parámetro de Content Curator (o lo que viene a ser "copiones digitales") que los sitúa en modelos a seguir, en "celebrity" dentro del marketing online.
Tiene guasa la cosa porque, para lograr convertirte en un "influenciable", se tienen en cuenta parámetros como popularidad, originalidad y estilo... ¡casi nada!
Revisando mis redes una y otra vez me he topado con la misma persona y he llegado a sentir esa envidia (ni sana ni mala, ¡envidia!) porque destaca en todo lo imaginable e inimiganible. ¡qué elegancia! ¡qué persuasiva! ¡qué don de gente! ¡qué don de palabra! ¡qué dominio del idioma! ¡qué original! ¡cómo se expresa! ¡qué bien escribe!... Así hasta desear parecerte aunque sea solo un poquito, un fisquito, un algo...
Hasta hoy y punto
Porque un día, de repente, descubro que aquel texto que me pareció tan maravilloso, que me llevó a cuestionar mis renglones, que alcanzó los 250 "compartir" y los 750 "me gusta" pertenece a un libro que, sin pretenderlo, ha caído en mis manos. Leo la página, leo los párrafos y ¡Ay, esto me suena!, me digo y recuerdo que tú lo ¡copiaste!...
Un libro cuyo autor no reclamará nada porque anda criando malvas y no tiene, precisamente en este país, su ejército de seguidores.
Porque un día descubro que aquellas reflexiones tan cultivadas, intensas y sumamente trabajadas pertenecen a un poemario anónimo pero distinguido, olvidado en una Biblioteca Universal ...y que tú has tenido la osadía de presentar como tuyo.
Y así con todo.
Desde luego, tu mérito de rebuscar y copiar te lo alabo.
Y concluyo que eres un fraude. Que engañas. Que copias. Que trepas y, lo qué es peor... ¡haces que otros deseen ser como tú!.
No, ya no.
Te desencumbro, te bajo de tu altar... porque yo lo valgo.