Encantada de conocerte
Es cuanto menos curioso como funcionamos las personas. Me ha pasado desde que era adolescente. Conoces a alguien y, en apenas unos minutos, le confías sucesos que serías incapaz de contar a nadie, quizás esto se deba porque con los desconocidos nos da menos pudor desnudarnos ya que creemos que nunca más los volveremos a ver.
Tengo grabada en mi memoria incontables ocasiones en las que, al coger la guagua para ir al instituto, esperando en la consulta del médico, en la barra de un bar o en la cola para realizar una gestión, se acerca algún desconocido y poco menos te cuenta su vida. Bueno su vida no, sólo algo positivo que le haya pasado y necesita contar o negativo que necesita desahogar.
Estas personas se cruzan y nunca más las vuelves a ver, pero han aparecido por algo y, cuando esto sucede, escucha, no te vayas, no los dejes ahí. Escucha si te habla, si se dirige a ti es porque tiene algo que necesita ser contado y no a sus amigos, familiares ni vecinos, sino a ti que estás ahí. Posiblemente tú también necesitabas escucharle y por eso el universo lo puso en tu vida, aunque sea un encuentro de un escaso instante. Esto no son casualidades, no son coincidencias, es el destino. Así que sigue su rumbo ya que por algún camino te está intentando guiar.
También existen los que llegan para quedarse, esas personas con las que tienes conexión desde el preciso momento en que aparecen. La vida te las coloca en el momento y lugar adecuado, ni antes ni después, sino cuando necesitan ser traídas a tu mundo. En muchas ocasiones hablo con alguien y después de unos días viéndonos nos damos cuenta que hemos coincidido hace años en un mismo lugar, incluso desde la infancia. Pero en ese tiempo nunca existió conexión y ¿qué sucede? Que aquél no era nuestro momento. Las personas llegan cuando las necesitamos, no cuando queremos que lleguen. Así juega la ruleta del destino con nosotros.
Estas personas con las que cruzas la mirada y sonríen, ellos que te intentan proteger de los comentarios y daños de los enemigos, los que lloran si tú lloras, los que están siempre. Ellos ya son cómplices de compartir un mundo contigo. Ellos son los que quedarán, con los que no te cansas de hablar por teléfono, con los que tomas una copa hasta el amanecer, los que soportan tus audios de cuatro minutos, con los que te quedas en la playa hasta que salga el sol, los que se quedan en tu casa a dormir con tal de no dejarte sola o los que cogen un barco u avión para plantarse en tu isla. Todo ello con la simple intención de compartir risas, llantos, emociones en general y vivencias muchas. Personas que valen LA VIDA.
En mi forma de pensar es tan importante valorar lo que te dan como lo que te quitan. Todo ello forma parte de quién soy. Soy un poquito de cada persona que ha pasado por mi vida, tanto de los que han venido de turismo emocional como de los residentes.
Dentro de la nostalgia que puedo mostrar en ocasiones por ese sentir del alma, soy una persona muy positiva, de hecho, la más positiva que conozco y, por ello, con el paso de los años me he dado cuenta que estoy bastante satisfecha e incluso contenta del malaje con el que he tropezado sin llegar a caer. Ellos me han enseñado a saber cómo no actuar, como no se debe ser y a valorar quién sí, quién no, quién para siempre y quién nunca más.
Ahora sólo me queda agradecer a todas aquellas personas con las que he coincidido, aquéllas que han paseado y navegado en mi mundo y aquéllas que se quedarán a construir el camino y a navegar hacia el infinito a mi lado. A la suma de todas decirles que estoy encantada de haberlas conocido. Ha sido todo un placer.