La dueña de la ‘casa de la grieta’ del Volcán de Cumbre Vieja la cubre de plástico en protesta por las trabas para recuperarla y por su uso como atractivo turístico
Amanda, la propietaria de la conocida como la ‘casa de la grieta’ en la erupción del volcán Tajogaite, ha dicho basta. Junto a su hogar se abrió la tierra y empezó a brotar lava a fines de noviembre de 2021. La vivienda, milagrosamente, se salvó, pero quedó semisepultada por ceniza volcánica. Desde entonces se convirtió en una casa icónica, portada de periódicos y centro de las miradas de los excursionistas y científicos. Ahora, cansada de que las Administraciones no le den una solución definitiva para recuperar su propiedad, ha decido protestar tapando con plástico el inmueble.
“Estoy harta de ver mi casa en medios de comunicación y en redes sociales como si solo fuera una atracción turística, mientras yo llevo casi tres años sin que nadie de ningún organismo público me explique absolutamente nada sobre qué pasará con mi vivienda, así que he decidido taparla, porque no es justo lo que nos ha pasado”, confiesa Amanda a ElValledeAridane.com (web de la Asociación Tierra Bonita dedicada a informar de los afectados de esta catástrofe gracias al libro 'Las otras historias del volcán'). Hace estas declaraciones este viernes 30 de agosto, un día después de colocar un enorme plástico que oculta la parte de la casa que aún sobresalía de la ceniza volcánica.
Con este acto de protesta, Amanda, quien desde hace tres años vive con su familia en una vivienda de módulos prefabricados que le ha entregado temporalmente el Gobierno canario, quiere llamar la atención de la sociedad sobre la “injusticia” que a su juicio ha cometido con ella la Administración pública, ya que sufre una incertidumbre “tan dolorosa como la propia erupción”.
La gota que colmó el vaso, afirma esta palmera nacida de Tazacorte, fue una reciente visita guiada a la zona en la que un grupo de senderistas se acercó a su vivienda, ya que el guía les comentó que aprovecharan para hacer foto de la famosa casa de la grieta. Casualmente ella estaba allí. “Le protesté al guía”, relata Amanda, “aunque luego le pedí perdón, porque sé que la casa no tiene derecho de imagen, pero he decidido taparla, en vistas de que todo son problemas burocráticos para mi pero facilidades para que otras personas se beneficien con el que era mi hogar”.
Amanda explica que, aunque parezca increíble, desde las Administraciones públicas la única persona que ha contactado con ella lo hizo hace solo una semana y fue el alcalde de El Paso, quien le confirmó que, en el último decreto publicado por el Gobierno canario, se recoge que su casa se podrá reconstruir y rehabilitar.
“Yo no quiero ni que me la expropien ni dejarla como está para excursiones turísticas, aunque me paguen por ello; lo que quiero es desenterrarla y rehabilitarla”, señala Amanda, quien se queja de que aún no tiene acceso ni autorizaciones para poder llevar a cabo esta obra. No fue hasta principios de este año cuando le permitieron volver a visitar el que era su querido hogar.
Reconoce que inicialmente los propietarios de las casas sepultadas por ceniza más próximas al volcán se plantearon obtener algún beneficio por las visitas a esta zona como ruta turística, pero la idea se descartó porque uno de los afectados, ahora personal del Cabildo, les comentó que para ello era necesario que las viviendas tuviera permiso para uso vacacional.
Esta familia no ha recibido aún ayudas del Gobierno canario ni del Estatal por lo sucedido a su vivienda, debido a que, según reconoce la propia Amanda, fue mal asesorada; solo ha percibido la ayuda procedente de las donaciones de particulares y empresas.
La casa de Amanda fue una herencia de su suegro y la estaba terminando de ampliar y reformar, tras ampliarse la familia por el nacimiento de un nuevo hijo luego de un complicado embarazo, cuando el volcán irrumpió en sus vidas. Hipotecaron el inmueble para esta obras, un préstamo que han tenido que pagar con los últimos ahorros que les quedaban.
Esta damnificada por el Tajogaite admite que no podrá volver a residir en esta edificación a corto ni medio plazo, debido a la inestabilidad del terreno tras la erupción y por la falta de accesos, lo que resulta un inconveniente para sus hijos menores. Pero sí quiere recuperar el uso de esta propiedad.
Durante seis años habían vivido en la parte baja, una antigua bodega, e iban a estrenar la cocina, el baño y las habitaciones en la parte alta, pero sus ilusiones se truncaron aquel fatídico19 de septiembre de 2021 pasadas las 15:10 horas.
Su dramática vivencia del inicio de la erupción la cuenta Amanda en el libro ‘Las otras historias del volcán’, donde relata cómo los terremotos eran cada vez más fuertes esa madrugada pero confiaban en que las autoridades les habían dicho que el volcán saldría más al sur.
Pero no fue así, inesperadamente para ellos, la erupción comenzó a unos cientos de metros de su hogar, sin que las autoridades los evacuaran. Lo narra de este modo en el libro benéfico editado por I Love The World: “Una explosión, humo, tierra en el aire y llamas saliendo de la montaña. Con prisa cogimos a los niños, subimos en el coche y salimos corriendo dejando las llaves en la puerta. Sentimos que ya no había nada que hacer, que ya lo habíamos perdido todo. Nadie se imagina el sacrificio que nos había supuesto a nosotros y a mis suegros, ya que ellos nos ayudaron mucho con la casa”.
En las semanas siguientes padeció además la incertidumbre de no tener información oficial sobre cuál era el estado de la vivienda. La primera noticia que tuvo fue gracias a las imágenes de dron que de manera altruista facilitó a los afectados la productora I Love The World. En noviembre, cuando frente a su casa se abrió una nueva boca eruptiva, volvió a recurrir a esta empresa, también a falta de información oficial, y vio que su casa se había quedado a unos metros de la grieta de donde brotaba nueva lava.
Desde hace tres años han sido numerosos los afectados y colectivos que se han quejado de la gestión de esta emergencia, la peor catástrofe de Europa en casi un siglo, debido a la falta de información, a la incertidumbre sobre el futuro de sus propiedades, la escasa participación de los damnificados en las decisiones que afectan y a la lentitud burocrática con la reconstrucción.