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jueves, 26 de diciembre de 2024 00:00h.

Juan José Cortés, el pacificador de "Los Chorizos"

«Pronto organizaremos en Estepa un acto de convivencia entre gitanos y payos, porque ni unos son todos ladrones ni los otros son el pueblo racista, ese adjetivo tan terrible con el que se los tacha».

 

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Juan José Cortés. Foto de sevilla.abc.es

Lucas Haurie, Sevilla.- Vecino del barrio onubense de El Torrejón, padre coraje, pastor evangélico, portavoz social, ciudadano, acusado y perseguido, inocente, militante político o asesor en el Ayuntamiento de Sevilla. Juan José Cortés es todo eso. Y más. Porque, principalmente, el padre de Mari Luz, la menor desaparecida y asesinada en 2008 en un caso que provocó una gran conmoción social, es mediador. Cada labor arriba mencionada reúne una característica común: mediar consiste en oír de uno, sugerir, oír del otro, volver a sugerir, oír a los dos y apretón de manos.

Durante esta semana de subversión en Estepa, las voces a la calma no han procurado sino buscar la paz estepeña, la convivencia entre las tribus. El jueves pasado, a la salida del ayuntamiento, Cortés arrimó el hombro a la causa y tiró de su repertorio de apaciguamiento. Mesura, paciencia, respeto a la Ley y confraternización: «Pronto organizaremos en Estepa un acto de convivencia entre gitanos y payos, porque ni unos son todos ladrones ni los otros son el pueblo racista, ese adjetivo tan terrible con el que se los tacha».

Frente a su propio destino

En la primera mediación relevante Cortés se las vio con el destino, con su propio destino, mudo, sordo y sin manos visibles para ofrecerle un apretón. Fue en enero de 2008. Su hija Mariluz había desaparecido el día más frío de aquel invierno. La segunda vez sucedió semanas después, cuando la Policía lo reclamó para identificar el cuerpo de la pequeña. La definitiva fue la mediación interior a la que fue obligado al conocer que el asesino de su hija no se encontraba preso a causa de un error judicial, un error humano.

En aquella primavera de 2008, Juan José Cortés, pastor de la Iglesia de Fidaldelfia en Huelva, inició su rebelión particular. Porque a un padre, para que lo califiquen como coraje, han de carcomerle en las entrañas la dignidad y la justicia. Y actuar a lo grande. En apenas unos días, Cortés se convierte en un agitador social. De pastor de ovejas pasa a convertirse en el Noé del Arca completa, logrando reunir más de dos millones de firmas en toda España para reformar el Código Penal. Cadena perpetua revisable para pederastas y asesinos.

Mesura frente a la subversión

Su templanza en aquellos momentos de angustia le granjeó un carisma particular entre los investigadores policiales de aquella investigación. La figura de Juan José Cortés se agranda. Su sombra cobija a los desprotegidos, a los desamparados que acuden a él como si del salvador se tratara. La gente lo admira, lo respeta y va sumando adhesiones. Poco tardaría la política en verlo como un filón. Cortés abandona la militancia en el PSOE y se incorpora al equipo de asesores del PP, jugada que le costaría posteriormente lo que él denominó una «persecución».

Imputado por un caso de lesiones, amenazas y daños en una reyerta familiar, Cortés sería finalmente absuelto después de que un cuñado confesara la culpabilidad del caso. Eso fue en marzo del año en curso. Lo siguiente, su anuncio de que retomaba la labor de asesoramiento en el equipo de Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla. Y, de ahí, a la mediación en Estepa, rellenando el espacio que los Servicios Sociales de la Diputación Provincial y los de la Junta de Andalucía, bajo responsabilidad de sus antiguos compañeros socialistas, han dejado expedito: oye a unos, oye a otros y se ofrece para el apretón de manos. «No se debe generalizar: ni acudir al estereotipo para acusar a los gitanos ni caer en el prejuicio de tildar de racistas a los estepeños», ha manifestado.

Seis años de mediación

Durante estos seis años, Juan José Cortés ha mediado entre vecinos de uno y otro bando del barrio de El Torrejón, entre la Policía y la comunidad gitana, entre las ovejas de su rebaño, las descarriadas y las encauzadas. Ha mediado entre la rabia y la Ley, entre el ajusticiamiento y la Justicia, entre el ciudadano y la política, entre la impaciencia y la cordura. Pero, sobre todo, Juan José Cortés ha tenido que mediar entre él y todos los Juan José Cortés que en él habitan, incluidos los que asoman a menudo desde las entrañas. El asesinato de su hija Mari Luz propició la mutación, como si Saulo se hubiera bautizado en Pablo camino del infierno de la injusticia.

¿Por qué ha de morir una niña de ese modo? Entre sus respuestas, las que comparte con quien quiera oírlo. «Las familias gitanas deben reconducir sus vidas sin robos» y «los estepeños han de tener un poco de paciencia con los mecanismos de la Justicia». Que se lo cuenten a él, que comprobó cómo un error judicial, al dejar libre a un asesino, se transmutó en el gesto funesto de una hija muerta. Mediar con el destino, con uno mismo, da las suficientes tablas para hacerlo hasta con el diablo.