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lunes, 16 de diciembre de 2024 19:20h.

RICART ERA EL JEFE DE LA BANDA DE LOS ANGLéS Y AYER SALíA A LA CALLE VENTIúN AñOS DESPUéS DEL BRUTAL CRIMEN.

Ricart: «Soy un cabeza de turco»

En declaraciones al programa Espejo Público, de Antena 3, que esta cadena emitirá en exclusiva el lunes, Miguel Ricart ha asegurado, tras su salida ayer de la cárcel, ser "un cabeza de turco" y ha afirmado que lo que le hicieron a esas niñas fue "no tiene perdón de Dios".

Miguel Ricart , imagen de larazón.es
Miguel Ricart , imagen de larazón.es

Francisco Pérez Abellán/larazon.es.-Esto ocurre después de la excarcelación del único de los malhechores que se sabe con certeza que raptó, abusó y asesinó a Toñi, Miriam y Desirée, las tres niñas de Alcácer. Sólo por eso ya sería un tipo suficientemente peligroso, pero además tiene una doble personalidad que podría empujarle a reincidir. Eso le hace temible.

Aunque siempre se ha presentado como un pobre muchacho desamparado que fue acogido por la familia Anglés y al que le dieron alojamiento y comida, a lo largo del tiempo, del modo que ha vivido la cárcel, se ha ido confirmando la posibilidad de que en realidad estamos ante el más fuerte de la banda, quizá el jefe del grupo, que ordenó las operaciones y se deshizo del número uno, Antonio Anglés.

De hecho, pese a someterse voluntariamente en prisión –donde según fuentes penitenciarias ha tenido «un buen comportamiento»–, al programa de terapia para agresores sexuales, «no tiene pronóstico favorable de reinserción», como se encargó de recordar hace unos días el secretario general de Instituciones Penitenciarias, Ángel Yuste.

En general, reclusos como Ricart, condenados por crímenes sexuales, «suelen ser presos modélicos, porque saben que están muy mal vistos por el resto de internos y no quieren problemas», recuerdan esas mismas fuentes.

Esto viene a cuento de que Ricart es ese tipo de recluso, difícil, carcelero, que se ha hecho fuerte tras los barrotes, introvertido, solitario, convertido en un individuo duro de roer, imposible de extraer de las leyes de la cárcel –«omertá», venganza–, que nunca ha colaborado con la Justicia.

En realidad, Ricart, cuando cometía un robo o atraco era el que dirigía las operaciones y mandaba a los cómplices, mientras que Antonio Anglés esperaba el resultado, y lo que aquél quisiera darle del botín, escondido en su guarida, como confesó uno de sus hermanos tras un atraco en Buñol. A Anglés le faltaba lo que hay que tener para entrar en un banco y gritar: «¡Esto es un atraco!»

. En realidad, Ricart podría muy bien ser el auténtico jefe de la banda. Era el que decidía qué parte del botín darle a Antonio, puesto que no participaba en el riesgo directamente.

Hay muchos secretos en el caso Alcácer. Uno de los más frívolos es que la madre de los Anglés, Neusa, se hizo operar los pechos en los días que el caso Alcácer era noticia de forma furibunda y quizá con el dinero de algún medio de comunicación que la reclamaba a menudo en su pantalla.

Otro es el misterio de por qué Fernando García, padre de Miriam, ha creído siempre que Ricart era una especie de «cabeza de turco», a pesar de las muchas pruebas en contra, y finalmente, por qué todo el mundo se creyó que el jefe de la banda de los Anglés era Antonio, con el miedo que tenía, en vez de Ricart, que no tiene miedo a nada.

Uno de los momentos más interesantes del proceso judicial contra Ricart fue el interrogatorio del fiscal Enrique Beltrán durante el juicio en la Audiencia de Valencia. Ricart llamaba al interrogador «don Enrique», pero Beltrán no se sentía coaccionado por ello, y le interrogaba con solvencia profesional. Ricart, confiado, trató de introducir la duda sobre si las niñas le habían permitido tener sexo con ellas.

Y Beltrán fue cortante. La sala respiró. Miguel volvió atrás en lo obtenido como joven atolondrado, y se dejó ver de nuevo como miembro de una pandilla que presuntamente había golpeado a las niñas con camisetas convertidas en mazas, llenas de piedras, y que fundamentalmente había sujetado a las víctimas y favorecido que sufrieran abusos sexuales.

El fiscal no se andaba con paños calientes.

Miguel Ricart Tárrega, «El Rubio», tiene ahora 44 años y hace más de veinte que ingresó en prisión. Al cumplirse la primera década, ya había un sacerdote dispuesto a recibirlo en su casa y ayudarle a salir del penal. No pudo ser, porque la alarma social era todavía entonces muy intensa. Miguel es un delincuente duro, taleguero.

Cuando cometió el secuestro, tres delitos de violación y tres de asesinato, en noviembre de 1992, contra las adolescentes Miriam García, Toñi Hernández y Desirée González, estaba huido de cumplimiento de otros delitos, como su colega y amigo Antonio Anglés. Fue condenado a 170 años de cárcel. Tras serle aplicada la «doctrina Parot», se esperaba que fuera excarcelado en 2023. Sin embargo, todo ha ido muy deprisa.

En todo su tiempo de cumplimiento, Ricart no ha recibido ningún permiso para salir de prisión, debido al carácter terrible de los hechos, y a su historial, que lo marcan como un recluso que no ha colaborado, aunque dentro de la cárcel tiene buen comportamiento.

Ricart tiene una hija de una antigua pareja, a la que no ha visto hace mucho y apenas mantiene lazos familiares. Sus posibilidades de ser acogido a su salida de la cárcel se limitan a las organizaciones altruistas y solidarias.

En su pueblo, Catarroja, Valencia, puede decirse que nadie lo espera, porque no ha mantenido una relación fluida con ninguna persona. Es, por tanto, un recluso con escasa experiencia laboral, sin cualificación, poco socializado, con antecedentes por graves delitos contra las personas, entre ellos asalto sexual, de muy difícil reinserción y con muy alto riesgo de volver a las andadas.