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lunes, 16 de diciembre de 2024 09:31h.

Despertar en el Hotel Rural Imada

"Tras el abundante desayuno, acompañado por el único sonido del trinar de los pájaros, la jornada se presta perfecta para comenzar a tomar contacto con el entorno; para empaparnos de historias y vivencias que nos cuentan los mayores del lugar" 
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Los hoteles rurales cargan con muchos estigmas cuando se les compara con los urbanos. Que si está lejos de la ciudad, que si es aburrido, que si las horas pasan muy despacio… Pero nada más lejos de la realidad.
Un hotel rural es la alternativa perfecta para desconectar de la rutina del día a día. Para huir de la ciudad y respirar aire fresco, mezclarse con la naturaleza, pasear por remansos de paz y  degustar la gastronomía local que tanto caracteriza a nuestros pueblos en La Gomera.

Es el caso del Hotel Rural Imada, enclavado en el barrio del mismo nombre y perteneciente al municipio sureño de Alajeró, donde los despertares y atardeceres están perfumados de romero;  llegan hasta los balcones aromas de lumbre de brezo que emana de alguna cocina del barrio donde podrían estar preparando algunos de los ricos potajes de pueblo.

Despertar en una de las habitaciones del Hotel Rural de Imada, es todo un regalo para los sentidos. Un disfrute en vivencia propia de las maravillas de sentirse en el Paraíso. Desde el balcón con solados de madera y aún con los ojos resistiéndose al despertar, nos percatamos de la delicia de estar allí, de vivir el milagro de un nuevo amanecer y donde un sol algo tímido aunque presto a salir, espera y cede el turno de la aurora que  va tiñendo el cielo y  la montaña de un pálido rosa.

Recordamos entonces, las horas gozosas de aquellos alumnos y profesor que, en lo que ahora es Hotel, vivieron en aquella Escuela de barrio; unos muros que albergaron esperanzas y deseos de conocimientos y que parecen añorar aquella algarabía de la “muchachada”, hoy trocada en silencio.

Tras el abundante desayuno, acompañado por el único sonido del trinar de los pájaros, la jornada se presta perfecta para comenzar a tomar contacto con el entorno; para empaparnos de historias y vivencias que nos cuentan los mayores del lugar. También para prepararnos para recorrer los caminos y senderos que, en tiempos pretéritos, los lugareños horadaron con su tránsito. 

El día se nos aparece como el deseo abierto y la seguridad firme de que ese lugar va a seguir existiendo y que las gentes con necesidad de paz y tranquilidad, van a seguir convocándose allí.